martes, 7 de octubre de 2008

1000 fotos

Suena el despertador a las 7.00 de la mañana, estiro mi brazo en busca de ese aparto que emite ese ruido tan molesto, a su lado está la cámara, que había dejado estratégicamente colocada para que fuera ella la que grabara las imágenes que yo veo al levantarme. La primera imagen es el suelo, al que miro con resignación, ayer fue un día duro y me levanto adolorida, la imagen está desenfocada, como mi vista recién despierta.

Tras espabilarme, me dirijo a la cocina a desayunar y recomponer fuerzas. La siguiente foto es en la cocina, el reencuentro matutino con mis compañeras de piso. Cada quien tiene su despertar, somos un piso de lo más variopinto, por ello estas imágenes merecen comentarse, María con los ojos medio cerrados no se percata de la fotografía, empieza a ser persona cuando se ha tomado algo y se ha situado en su espacio vital. Miro hacia atrás y por el pasillo se acerca Leyre, mi otra compañera, que viene decidida hacia la cocina, el flash le persigue cual modelo de pasarela. Su primera acción es poner el café en el fuego para que se vaya calentando mientras se prepara. Es curioso como son los hábitos y las manías de cada persona, y cuando las estás relatando a través de imágenes te das cuenta de que esos instantes que se quedan grabados en la cámara son del día a día, momentos que configuran nuestra jornada, y que llegan a formar parte de nuestra vida.

Después de desayunar, cada una entra en sus respectivas habitaciones para concluir lo que se suele llamar el “ritual de cada mañana”. A las 8:15 ya estamos listas para salir de casa, “momento foto” para celebrar que por fin estamos listas y dispuestas a tener un duro día de trabajo. Ya en la calle nos despedimos, “hasta la tarde” dice una, “hasta la comida” dice otra, yo no les veré hasta la noche, mi momento con ellas ha quedado relegado a la mañana, ahora tendré que fotografiar a la gente con la que paso la mañana y la tarde. Llego al trabajo y como cada mañana saludo a Jesús mi compañero de trabajo al que le hago una foto en su pose natural, sentado, bien erguido y mirando al ordenador concentrado a primera hora de la mañana. La siguiente escena que fotografío es mi lugar de trabajo, mi ordenador y mi silla. A partir de las 8:35 empieza a llegar el resto de compañeros, coloco la cámara enfrente de la puerta para visualizar mejor la llegada de cada uno. Sus caras son de sueño, de impresión, de sorprendidos… Luego vienen las quejas y la exigencia de explicaciones, pero no me hacen borrar las artísticas fotos que he sacado. Tras la primera media hora de trabajo, empiezo a fotografiar las escenas de una mañana habitual, cómo cada uno trabaja en su puesto y con sus funciones. Se ven las primeras prisas por acabar un trabajo, llamadas insistentes a los diferentes teléfonos que configuran esta oficina, cabezas que poco les falta para introducirse en la pantalla del ordenador…

La jornada laboral llega a su fin a las 14:00 h, el flash ilumina las escenas más graciosas, cada uno es diferente al resto, y sus maneras de hacer las cosas muy peculiares. En la comida nos juntamos parte del equipo de la oficina. En el Faustino, la cafetería más emblemática de esta universidad hace que las fotos tengan más personalidad y las personas más grandeza de la que ya tienen. Juan y todo su equipo son ahora los protagonistas, es muy gracioso ver desde fuera lo que sucede dentro de la barra. Según quien te atienda se recibe una sonrisa, o muchas sonrisas, y si te descuidas un “mi chica”, “cariño” o una media sonrisa si pides después de haber pagado. Conseguimos sitio fácilmente, y lo cogemos antes de que nos lo quiten. En este momento el protagonista es la comida. Las fotos quedan zanjadas en la hora de la comida. Tras ésta, viene la pequeña sobremesa, y quedan permitidas las fotos. Dan las 15:00 y volvemos al trabajo, unas con más y otras con menos pereza.

De camino a la facultad voy sacando fotos de las imágenes que todos los días vemos y que quizá no nos percatamos de la belleza que tienen. Ya en clase, fotografío a la gente que llega exhausta a clase. En el descanso empiezo a hacer uso de las “7 reglas de la composición” al contemplar la posición que se adquiere desde debajo de las gradas, empiezo a seguir las líneas que componen en techo que siguen un orden similar a las líneas que dividen cada espacio en el gradas.

Después de dos horas de clase cambio de tercio y me dirijo a otra materia, la gente ya no es la misma que antes, son de diferentes carreras, no los conoces por nombre y apellido, pero les conoces del día a día, sabes quiénes son si les ves en otro ambiente o si te los cruzas por los pasillos, a ellos también les saco fotos.

Las luces de los pasillos se encienden y la facultad cambia de color. Me sitúo enfrente de la puerta y miro a la gente que entra y sale de la facultad, hace frío, y antes de salir todo es un ritual para enfrentarse al frío que hace fuera.

La jornada de clases ha llegado a su fin, por la cuesta que me lleva a mi casa, cristalizo las imágenes que me voy encontrando por el camino, es una cuesta bastante triste y sin vida, y la cosa se atenúa más cuando llega el invierno. Llego a mi casa y me recibe mi compañera de piso a la que nunca le falta una sonrisa en el rostro. Nos sacamos una foto para conmemorar que he llegado un poco más pronto de lo habitual. Sentadas en el sillón del salón, empezamos a comentar nuestro día, es curioso pero lo bueno es que siempre tenemos cosas para contar, y eso nos hace estar más unidas. Ya cenando les pido la última foto, para cerrar el capítulo de hoy en el que las 1000 fotos han hecho que mi día se detenga en los pequeños detalles.